domingo, 20 de diciembre de 2009

CUANDO LA ERUDICIÓN JUSTIFICA LA VIOLENCIA


Amo el lenguaje: me gustan las palabras y su buen uso. Admiro la cultura y a las personas acreedoras del calificativo de eruditas. Vaya esto por delante. Pero en ocasiones el lenguaje y la erudición pueden ser usados con fines perversos, como cualquier instrumento de comunicación.
También, como se decía en El Pequeño Príncipe, el lenguaje es fuente de malentendidos. Aunque el hecho de que se produzcan no conlleva necesariamente tal intención. No puede, sin embargo, decirse lo mismo de la interpretación y el uso torticeros de un mensaje sencillo, cuando el receptor hace gala de su condición de escritor y erudito.
Todo este preámbulo viene a colación del artículo publicado en un periódico nacional por don Enrique Lynch, que se define como escritor, algo que no dudo aunque le desconozca, y que se titula Revanchismo de género.
Reflexiona el autor sobre una frase que vemos actualmente en los soportes publicitarios y que reza así: de todos los hombres que haya en mi vida ninguno será más que yo.
El señor Lynch hace un análisis del lema que demuestra un absoluto desconocimiento, no solo de su intencionalidad sino del significado de las palabras, y de la adecuación al mismo de la sintaxis empleada. Confunde lo que se quiere para el presente y se espera para un futuro colectivo, con la jactancia expositiva de posibles logros individuales del pasado, por lo que, según él, la frase comentada debería de decir: de todos los hombres que hubo en mi vida ninguno fue más que yo.
Además, interpreta limitadamente la relación hombre-mujer, reduciéndola a la de pareja.
En la vida de toda mujer hay diversas relaciones con hombres: familiares, amistosas, amorosas o laborales; y en todas ellas se puede dar una situación de igualdad, de superioridad, o de dominación y sumisión. No importa cual sea el vínculo que sustente dicha relación, porque los poderosos restos de la cultura patriarcal permanecen arraigados en gran parte de la sociedad. Por lo que interpretar el contenido del slogan feminista como alusivo, únicamente, a las relaciones de pareja, ya denota la visión negativa de que las mujeres puedan tener más de una. Como si ello mermara el derecho al respeto, a la libertad y a la igualdad que le confiere su condición humana.
Por si esto fuera poco, el autor del artículo, convierte la reivindicación de la Igualdad en revanchismo, como una guerra, dice textualmente, que desde hace décadas hace el feminismo malencarado.
Aunque sabemos que hay tantos conceptos de feminismo como feministas, toda persona informada sabe que la esencia de sus reivindicaciones es común y clara. Se trabaja por la igualdad de sexos, legal o real según lo que proceda en cada sociedad. Y no se confunde la igualdad de derechos y deberes, la equivalencia en capacidades, la no-discriminación de sexos con el contrario del termino machismo, es decir, con lo que sería hembrismo.
Porque a este señor, y a tantos y tantas que tristemente aún no lo saben, hay que explicarle que machismo es el ejercicio o la aspiración al dominio masculino, y feminismo no es su contrario.
Feminismo es la aspiración a la igualdad, no a la superioridad. Y si bien es deprimente que haya quien dice defender la igualdad y no ser feminista, porque o miente o no conoce el significado del término, el que un escritor, desde una tribuna privilegiada, manifieste tal ignorancia resulta deplorable.
El autor intenta enmendarle la plana al Ministerio de Igualdad porque no combate el intento de la mujer de ser superior al hombre. Por fomentar el revanchismo de género, que según él, es el resentimiento femenino que se extiende...
También hace gala de una erudición tan amplia como mal utilizada, además de usar expresiones como vestida de perdularia, como si el atuendo justificara el menosprecio que entraña el término. Para concluir que todas estas actitudes reivindicativas de las mujeres son la causa del incremento de muertes por violencia de género. Y también lo que induce al pavor que sienten los varones árabes, que temerosos de un futuro dominio de las mujeres, los determina a privarlas de cualquier derecho humano, a encerrarlas en cárceles de tela y a condenarlas a la lapidación.
El señor Lynch tiene la solución al problema de la violencia machista: cambiar las políticas de Igualdad para que las mujeres nunca superen a los hombres y silenciar, con la mayor diligencia, a las mujeres árabes revanchistas y malencaradas, que tengan la osadía de reivindicar unos derechos nacidos del resentimiento de su esclavitud.
Decir que ningún hombre de los que haya en mi vida será más que yo, significa que por razón de sexo ninguno es más que la mujer. Que ambos son iguales como seres humanos, y que ninguna, ninguna mujer de hoy, debe consentir que se perpetúen los males que les ha deparado una desigualdad de siglos.
Las feministas pueden ser bien o mal encaradas, optimistas o resentidas o felices con su suerte, suaves o contundentes en sus reivindicaciones, pero nada de eso invalida su trabajo por la igualdad humana.
Perder privilegios de superioridad y dominio, compartir el poder detentado en exclusividad por el hombre durante siglos es un inteligente esfuerzo de generosidad, pero también de sentido de la justicia y asunción de la democracia. Oponerse a ambas abiertamente no resulta hoy políticamente correcto, lo que lleva a ciertas personas a elaborar falsos discursos, envueltos en supuestos conocimientos filosóficos y lingüísticos; a mantenerlos en tribunas públicas, contribuyendo a amparar, cuando no a justificar, la violencia cavernícola que siguen sufriendo muchas mujeres.

Madrid-noviembre de 2009.
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