sábado, 28 de junio de 2008

DESDE QUE NACEN...




“Desde que nacen son hombres”. Una frase que puede considerarse despectiva y propia de feminista o mujer resentida e incapaz de autoproclamarse feminista. Pero no. No es el caso, ni siquiera es mía, que soy gozosamente feminista, madre de hombres y en absoluto resentida con ellos, tampoco con los que no son mis hijos: con el resto de mis equivalentes humanos. Ni hay matices despectivos, solo la constatación de una diferencia que no hace a los hombres peores ni mejores.
La frase mencionada se la escuché a una mujer joven, con buen aspecto, expresión bien humorada y un par de hijos entre ocho y diez años.
Estábamos, ambas, ante un puesto de bisutería artesana en plata y piedras semipreciosas. Un puesto callejero de los muchos que poblaban una calle del casco antiguo de una ciudad en fiestas: Ourense. Mi pareja se había alejado hacía otro tenderete más de su interés, algo habitual en lo que ni reparo. La mujer llegó hablando alegremente con los niños y se detuvo a observar las joyas. Al primer minuto uno y otro empezaron a tocar las cosas, y ella les apartó las manos. Al siguiente preguntaron qué iba a comprar. Solo estoy mirando, dijo la madre. Hemos venido a ver los puestos. ¿Cuándo vas acabar? Inquiere el pequeño. ¡Esperad un poco!
¿No has escogido aún? Interviene el otro. ¡No voy a comprar!.¡Molestáis más que un dolor de muelas!
Entonces... si no vas a comprar ¿para qué miras?.
La mujer, impaciente, se gira y al ver mi sonrisa de complicidad afirma con gran convencimiento: ¡Desde que nacen... ya son hombres!
Sentí que, por esa razón de peso, no podía entretenerme con ella, porque alguien podía cansarse enseguida de mirar los tenderetes, aunque le resultaran de mayor interés que el escogido por nosotras. Porque... para qué mirar mucho si no se compra.
Pero es que mirar, simplemente mirar puede ser un gozo. Aunque tal vez haya que ser mujer para entenderlo. Y es que por razones de género o de sexo, por costumbre o naturaleza, hay diferencias. Por eso yo digo de los hombres que son nuestros equivalentes. Valemos lo mismo pero unos y otras tenemos matices propios.

lunes, 16 de junio de 2008

EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA (1)


Hace unos días, la sentencia de un tribunal andaluz sobre la pretendida objeción de conciencia a la asignatura de Educación para la Ciudadanía, me hizo recordar una pequeña anécdota de hace unos años, cuando aún me quedaba bastante de mi otra vocación, de Pedagoga, porque ya sabéis que además la tengo de feminista y escritora y que esta última es la que ahora prima en mi actividad. Pero algo me queda, porque a la menor sugerencia al respecto, vuelvo a pensar en temas educativos sin demasiado esfuerzo. Y además no me resisto a incluir la imagen manchada de rojo de esta escultura, aunque no sé a quién representa, pero que es en todo caso un motivo de ornamento público de alguna ciudad.
El caso es que, paseando tranquilamente por una arbolada calle de mi barrio oigo un ruido de golpes contundentes, acompañados de voces infantiles. Al girar en una esquina los veo. Son tres y no pasan de diez u once años. Patean con desenfreno una papelera que se desprende del soporte ante mis ojos hasta rodar por la calzada.
Me acerco a observarlos sin disimulo. Me ven, pero siguen a lo suyo, aunque se cruzan miradas inquietas. ¿Qué hacéis? les pregunto. Jugamos, me contestan. ¿Jugáis rompiendo papeleras?. Se miran sin responder, encogiéndose de hombros. Esa papera la he pagado y yo vuestros padres. ¿Mis padres? dice uno abriendo mucho los ojos, bailándole en la cara unas pecas. ¡Qué va!, añaden a coro los tres. Pues preguntadle, cuando lleguéis a casa, quién paga el mobiliario público... las papeleras.
Se callan. Alguno intenta retomar el juego empujando, con menos entusiasmo, calle abajo, la papelera abollada e inservible. Pero luego se van en silencio, perdiéndose al doblar la esquina más cercana.
Esto es un relato. Pueda que sea -lo pretendo- literario, pero responde a un hecho real ocurrido en un barrio acomodado, con unos chavales bien vestidos y alimentados, pero deficientemente educados en el respeto a los bienes comunes. A día de hoy, quizá unos padres desbordados por múltiples tareas, se olviden, como entonces, de inculcar a sus hijos determinados principios, quizá el individualismo imperante no favorezca el desarrollo de valores cívicos imprescindibles para una convivencia pacifica. Por eso es tan importante que en las escuelas se complemente esa deficiencia con un programa de EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA, que, entre otras cosas, aborda en el Bloque Tercero de sus contenidos de Primaria, el conocimiento de las normas y principios de la Constitución. Entre ellos la valoración de los bienes y servicios comunes, así como la obligación de la administración pública y también de la ciudadanía a su mantenimiento: Es decir, la señora Aguirre y los alcaldes de esta Comunidad-o cualquier autoridad de cualquier autonomía- así como cada ciudadano del estado español, saben que, si se objeta o favorece el incumplimiento de enseñar Educación para la Ciudadanía, se está incumpliendo la Constitución.
Pero este tema es amplio y merece la pena seguir tratándolo. Lo haremos.

jueves, 12 de junio de 2008

Compañeros y cómplices


Estamos en un momento de la historia de la sociedad en que los cambios de roles que desempeñan las mujeres desatan, en ocasiones, análisis confusos y perturbadores. Y si estos cambios han de llevarnos a una vida mejor y más equilibrada entre hombres y mujeres, no deben de ser frenados por actitudes que, enarbolando derechos o progresismos mal entendidos, sean aprovechados por las soterradas actitudes reaccionarias que subyacen en lo mucho que perdura de la sociedad patriarcal, de la que muchas mujeres, tal vez de forma inconsciente, participan.
Se me ocurre esto leyendo algunas opiniones, de hombres y mujeres, sobre el permiso de maternidad compartido, porque cuando las mujeres reclamamos este derecho como propio y exclusivo, rechazamos que pueda ser compartido a discreción por los padres, favoreciendo que solo las madres asuman la responsabilidad, incluyendo el riesgo laboral que comporta la decisión de tener hijos.
Es evidente que la conciliación laboral resulta difícil en una sociedad en la que impera un capitalismo puro y duro y una competitividad mal entendida y peor organizada. La maternidad sigue siendo un handicap para las mujeres que trabajan fuera del hogar, y mayor para las que desean desarrollar una carrera profesional, en la que un frenazo por maternidad puede suponer el estancamiento definitivo e incluso, aunque en menor grado, la pérdida del empleo. Por ello creo que la conciliación de la vida laboral, sobre todo en lo relacionado con la atención a los hijos, pasa por una necesaria complicidad entre la pareja y más en los asuntos de permisos legales, posibles excedencias o cualquier beneficio que facilite la decisión de ser padres y el cuidado de los bebés.
Creo que hay que avanzar en el desarrollo de medidas que favorezcan la natalidad y la conciliación familiar sin que se conviertan en un lastre para las mujeres a la hora de ser contratadas o promocionadas. Porque esto -no nos engañemos- sigue ocurriendo cada día Para que estas medidas sean vistas como un hecho más de la vida de un trabajador o trabajadora, sin tener en cuenta el factor de género. Pero todas las soluciones legales o medidas sociales por avanzadas que sean no disminuirán la necesidad de que hombres y mujeres sean verdaderamente compañeros y cómplices. Sobre todo si solo es la mujer la que ha de esperar el momento oportuno para tener un hijo sin que las semanas de ausencia laboral la perjudiquen gravemente, o afecten a la responsabilidad profesional contraída. El mundo del trabajo es complejo. Y las circunstancias de los miembros de una pareja no tienen porque se idénticas. Habrá ocasiones en que el padre pueda asumir con menos riesgo la atención a un nuevo miembro de la familia,y tomar en la parte que quiera el permiso posparto desde el momento en que se haya recuperado la madre, que si bien ésta debe atender a la lactancia, también es posible que pueda decidir en este asunto en que medida la asume o si la asume. Dejando claro que en cualquier caso una madre normal siempre busca lo mejor para sus hijos y lo mejor también puede ser una madre satisfecha, con un compañero cómplice que suministra algún que otro amoroso biberón. También es una hermosa experiencia a compartir por un padre y su responsabilidad al 50%.